Mis sexenios (6)
José Guadalupe Robledo Guerrero.
La Declaración de Principios
y el Estatuto Universitario
Una vez formado el Consejo Universitario Paritario (tres profesores y tres alumnos de cada escuela) se iniciaron las reuniones. Las primeras discusiones en el máximo órgano de gobierno de la UAC fueron sobre conceptos generales, necesarios para crear las bases que servirían de marco a la elaboración de los importantes documentos legislativos.
El Consejo en pleno daría la pauta a seguir y discutiría para su aprobación el trabajo redactor de las comisiones, las cuales eran elegidas en el mismo Consejo por votación abierta. Uno de los primeros acuerdos, fue que las reuniones de Consejo se celebraran alternadamente en Monclova, Torreón y Saltillo, con el fin de descentralizar las operaciones del máximo órgano de gobierno. En ese tiempo todavía no existían las unidades universitarias, pues fue la Autonomía la que les dio vida jurídica.
El primer documento que se elaboró fue la Exposición de Motivos, que se integró como parte de la legislación universitaria, y es la referencia histórica de la Universidad: su fundación el 30 de marzo de 1957, sus fines, su labor social, las limitaciones que tuvo al estar sujeta al Estado y su nueva vida a partir del 24 de marzo de 1973 cuando se inició el movimiento por la Autonomía, que planteó la necesidad de darle nuevos rumbos a la Universidad. En alrededor de 60 líneas se expuso todo este temario y el anuncio de la nueva época.
En el Consejo legislador estuvieron representados todos los grupos y sectores de la Universidad: las dos corrientes estudiantiles saltillenses que consiguieron la Autonomía, los distintos grupos políticos universitarios, los dirigentes estudiantiles, los directores de las escuelas, Melchor de los Santos, y los profesores que estaban corporativamente afiliados a la Sección 38 del SNTE. Todos se dieron a la tarea de tratar de influenciar la legislación de acuerdo a sus particulares intereses económicos, gremiales, políticos e ideológicos. Sin embargo, en los primeros meses de la Autonomía, la fuerza moral, política e ideológica, la tuvieron -al menos en lo más trascendente-, los dos grupos de líderes estudiantiles que tenían ideas concretas sobre el deber ser de la Universidad.
Fueron las ideas filosóficas de estos grupos, las que se enfrentaron para conseguir que se plasmaran en los documentos sus aspiraciones sociales, políticas, académicas, culturales, cientí- ficas e ideológicas. Hay que señalar que desde antes de la Autonomía, Melchor y los córporos tenían en mente todo un proyecto administrativo para controlar el poder. Desde ese instante eran dueños de un proyecto de gobierno universitario, con organigramas y candidato. Eso lo demostraron en las discusiones del Estatuto Universitario.
Para hacer gráfico este asunto, hagamos un paréntesis y recordemos una anécdota que reforzará mis aseveraciones: cuando se discutían los requisitos que debería llenar el candidato a Rector, los catonistas insistieron en que se incluyera en el Estatuto el requisito de ser egresado de la UAC, pero Pablo Reyes se opuso con argumentos supuestamente democráticos, pero demagogos por sus objetivos: “no podemos hacer prescindir a la Universidad de profesionistas que hayan egresado de otros centros de estudios del país, menos aún si estos profesores imparten sus conocimientos en la UAC”.
Finalmente se reconocieron sólo tres requisitos para el Rector: ser mexicano, tener tres años de profesor o investigador en la UAC, y ostentar un grado superior al de Bachiller. Requisitos que cualquier oportunista de los que ya pululaban por la Universidad podía llenar.
Seguramente la propuesta de “Catón” tenía el objetivo de eliminar a Melchor de la futura contienda por la Rectoría, para quedarse como único y posible candidato. Armando Fuentes Aguirre egresó de la UAC, mientras que Melchor de los Santos había estudiado en el ITESM.
No cabe duda que “Catón” intuía los planes de los córporos, finalmente los conocía muy bien, habían sido sus aliados y promotores, sabía de sus estrechas relaciones con Melchor, de la simpatía que otros líderes estudiantiles sentían por él, de sus contactos con el gobierno del estado, y trataba de ganarle a su futuro adversario con limitaciones jurídicas, al fin abogado.
Al grupo de los “comunistas” no le interesaban los aspectos futuristas del gobierno universitario, lo que les importaba eran los aspectos sociales: que se conservara la pluralidad, básicamente la ideológica y la académica; que no se pusieran límites a la discusión, a la crítica, a la autocrítica y al diálogo; que la Universidad se hiciera popular, para que tuvieran acceso los trabajadores y sus hijos; que se difundiera la cultura entre el pueblo; que se defendiera la Autonomía; y que se legislara el compromiso que la Universidad tiene con el pueblo, no sólo en lo educativo, sino en su problemática social.
De todo esto hubo consenso entre los líderes de Autonomía, incluso se acordó respaldar el proyecto de organizar internamente a la Universidad para, con mayor efectividad y fuerza, lograr esas aspiraciones sociales, aún con el riesgo de dejarles el manejo administrativo de la Universidad al grupo de Melchor y de la Corporación. Extensión Universitaria, cuyo primer Director fue Mario H. Arizpe, era parte de esta estructura social-universitaria que se había creado para tener contacto con los sectores populares y ayudarles a resolver su problemática social.
En un ambiente de lucha ideológica y de aglutinamiento de los diversos sectores universitarios, se llegó a la redacción y luego a la aprobación de la Declaración de Principios, documento que contempla las aspiraciones reivindicativas de aquella generación de jóvenes coahuilenses. Por eso, la redacción de este documento dibuja su carácter eminentemente social, de compromiso con el pueblo y con el Desarrollo Integral del Hombre, concepto salido de las encíclicas del papa Juan XXIII, y que a juicio de sus redactores son los objetivos últimos del ser y del quehacer universitario.
Sobre el particular, Melchor de los Santos, en un folleto publicado en 1978 al final de su gestión, titulado “Cinco años de Autonomía”, aseguraba que: “La existencia de tres principios simultáneos: la autonomía frente al Estado, el sistema democrático de autoridad y la educación popular, planteó a la Institución el reto de mantener la coherencia en la medida en que se ejercían estos principios”. Y aunque estas frases son demagó- gicas por los resultados, lo cierto es que dibujan los propósitos que se tenían en aquella época.
En lo particular creo que la Declaración de Principios es el documento jurídico de mayor importancia en la UAC, porque en sólo 50 líneas que la integran, se establece la visión social de toda una generación. Allí está impreso e inalterable el proyecto que en 1973 soñamos para la UAC: la Universidad humanista, libre, democrática y comprometida con el pueblo y con el país.
Tal vez hoy esta conceptualización suene idealista, pero hace 35 años era revolucionaria, adelantada a su tiempo incluso al presente, por eso el gobierno, Melchor y los córporos impidieron su desarrollo. Por tal motivo sometieron a la UAC, desterraron toda oposición ideológica y se olvidaron de calidad de la enseñanza, para convertirla en su antítesis. De allí su situación actual: enajenada, despolitizada, inmersa en la miseria académica, científica y cultural, y controlada por las ambiciones de grupúsculos inmorales y antiuniversitarios... Pero la UAC aún está viva, a pesar de la corrupción a que la han sometido los grupos que la han gobernado.
Por otra parte, el Estatuto Universitario se redactó pensando en su utilidad práctica: reglamentando, en términos generales, las funciones, atribuciones y responsabilidades de sus órganos e instancias de gobierno, y creando las normas que guiarían las actividades de su estructura administrativa y de los sectores universitarios. Es obvio que esta legislación estaría sujeta a los cambios institucionales, al desarrollo educativo, al crecimiento de la propia Universidad y a los intereses políticos de los grupos.
Aún bajo estas circunstancias, no se ha modificado la Declaración de Principios ni el Estatuto original, a lo más que se han atrevido las distintas administraciones universitarias, es a crear reglamentos adicionales o paralelos para normar algunas actividades propias del quehacer universitario, pero nadie se ha atrevido a modificar la esencia de su contenido. De allí que los documentos básicos de la UAC son violados reiteradamente por el gobierno y por los rectorcillos en turno.... Pero insisto, allí siguen presentes estos documentos, creándoles problemas jurídicos a quienes no están dispuestos a acatar sus principios jurídicos ni a defender la Autonomía de la UAC.
Durante y después de la redacción y aprobación de los documentos legislativos de la UAC, proceso que se llevó dos años, de 1973 a 1975, los dos grupos de líderes de la Autonomía fueron consecuentes con sus ideas. Los córporos se quedaron en la Universidad dedicando todo su tiempo a implementar su proyecto administrativo para mantenerse en el poder, mientras que los “comunistas” se ocuparon en relacionarse con los sectores sociales marginados: trabajadores universitarios, obreros, colonos y campesinos.
Al principio no hubo obstaculizaciones en las actividades de cada quien, pues eran cuestiones diferentes, incluso hubo coincidencias. En algunas acciones sociales se concertaron acuerdos de apoyo mutuo, por ejemplo, se aceptó la constitución del Stamuac (Sindicato de Trabajadores Administrativos y Manuales de la UAC) y se acordó el respaldo universitario que se les dio a la huelga de los obreros de CINSA-CIFUNSA.
Pero volvamos al tema. La decisión de alternar las reuniones del Consejo Universitario en Monclova, Torreón y Saltillo llevaba la idea de integrar esas comunidades a la tarea de legislación y a la vida autónoma. Para movilizar a los consejeros de una ciudad a otra, el Consejo aprobó que a cada consejero se le pagaran los gastos, a fin de que nadie tuviera limitantes para asistir a las trascendentes asambleas universitarias.
Estas movilizaciones tenían un considerable costo económico. En cierta ocasión le sugerimos a Melchor que las reuniones se hicieran más espaciadas para que la Universidad ahorrara dinero. Pero se opuso, argumentando que la democracia era muy costosa. Otra vez la demagogia, Melchor ya estaba en franca campaña para quedarse como Rector, por eso le interesaba tener presencia en Torreón y Monclova, pues era quien presidía las reuniones del Consejo.
En la redacción de la Declaración de Principios y el Estatuto Universitario se invirtieron muchas horas de discusión de toda índole: ideológica, chambista, sectaria, marrullera. En lo personal tuve el privilegio de participar en infinidad de comisiones redactoras, incluso en diversas ocasiones me dí el lujo de rechazar las comisiones que redactarían cuestiones burocráticas. Me limité a los temas que me parecían importantes o trascendentes, pues mi condición de trabajador-estudiante me impedía dedicarme de tiempo completo a la política universitaria.
En la elaboración de la Declaración de Principios fui uno de los universitarios electos por el Consejo para redactarla. Los otros fueron, si mal no recuerdo: Armando Fuentes Aguirre “Catón”, Francisco Alvarado, Norma Amelia Flores y Octavio Olvera, quien en el Rectorado de Jaime Isaías Ortiz fungió como Contralor de la Universidad y después sería uno de los tantos acusadores de la corrupción que instauró en la UAC “El Gato” Ortíz Cárdenas.
Con la Declaración de Principios duramos discutiendo muchas horas en Torreón. Finalmente en dicho documento quedó implícito el compromiso que la Universidad tiene con el pueblo. Las horas que dedicamos a la Declaración de Principios, fueron invertidas en analizar palabras, frases, conceptos y argumentos. Por ejemplo, recuerdo que de los conceptos más discutidos fueron: “pueblo” y “sociedad”. Yo planteaba que “pueblo” era el término adecuado a nuestra visión. “Catón”, al fin derechista y clerical, insistía que “sociedad” era lo correcto.
Finalmente ambas palabras quedaron plasmadas en la Declaración de Principios, pues “pueblo” aún no estaba desgastada por los demagogos del sistema. En aquel tiempo, el concepto pueblo definía a los sectores sociales más débiles, a los marginados, a los trabajadores que requerían de solidaridad, educación y voz, porque a final de cuentas son los que mayormente necesitan de la universidad pública mexicana. Por otra parte, “sociedad” apenas era esbozaba por los sectores retardatarios y sus voceros, la clase media, ese sector que ha renunciado a sus orígenes sociales, para buscar la posibilidad de arribar al status de sus patrones: los empresarios.
Los conceptos sociales que logramos insertar en la Declaración de Principios de la UAC, vencieron la resistencia de los reaccionarios y oportunistas, que después de la Autonomía, proliferon en el Consejo Universitario. Los “Catones” y sus iguales doblaron las manos, esperando tiempos mejores, que llegaron cuando Melchor comenzó a deshacerse de sus incómodos opositores, gracias a los múltiples errores de la “izquierda infantil” que siempre pierde todas las luchas, debido a su sectarismo, ignorancia y pequeña visión. Por eso sus días conmemorativos son todos luctuosos, de lamentos y acusaciones.
El compromiso de la Universidad con el pueblo plasmado en la Declaración de Principios, nos dio las bases para legitimar posteriormente la creación del Sindicato de Trabajadores Administrativos y Manuales de la UAC (STAMUAC), y fue el fundamento para que se desarrollara un gran programa de difusión cultural dirigido al pueblo: obras de teatro, conferencias, ciclos de cine revolucionario, conciertos de trovadores, grupos folklóricos y de protesta que se presentaban en las instalaciones universitarias, teniendo como auditorio a obreros, empleados y trabajadores. De allí también se derivó la solidaridad que la UAC tuvo con el pueblo chileno, cuando fue masacrado por los militares en el golpe de estado queAugusto Pinochet le dio a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Asimismo, fue el origen del respaldo total e incondicional que la UAC le brindó a la huelga de los obreros de CINSA-CIFUNSA, que se realizó del 16 de abril al 3 de junio de 1974.
Lo que la Declaración de Principios guarda en su contenido, es a fin de cuentas, el proyecto social universitario que una parte de aquella generación de estudiantes planteaba para la Universidad, y que vino a ser cambiado por Melchor de los Santos, Villegas Rico, “El Gato” Ortíz Cárdenas, Remigio Valdés, Chema Fraustro y otros antiuniversitarios que hoy desfilan en la lista de saqueadores de nuestra Máxima Casa de Estudios, y que seguirán desfilando hasta que los universitarios se decidan a ponerlos de patitas en la calle o de cuerpo entero en la cárcel.
Los años cuando se elaboró la legislación universitaria son evocadores y destacan históricamente, no sólo por la trascendencia de su tarea, sino por los fines que en ese momento se perseguían, que son distintos a los de ahora. En aquel tiempo había confrontación de ideas y proyectos, se gozaba de un ambiente democrático y plural, había planes para hacer de la UAC una Universidad conciente, comprometida, participati- va y académicamente exitosa; y ahora... Para qué invierto tiempo en enumerar los vicios del presente y la estulticia que anida actualmente en la “política” universitaria. Lo mejor será que Javier Villarreal Lozano, “Catón” y otros permanentes aduladores del poder, continúen convirtiendo las ladroneadas de sus mecenas en turno en virtudes teologales.
A continuación reproduzco íntegro el documento universitario de mis preferencias: la Declaración de Principios, no sólo para recordar sus conceptos y las hermosas vivencias de mi juventud universitaria, sino para que los universitarios de ahora conozcan las ideas que teníamos sobre la Universidad Autónoma:
Declaración de Principios
La Universidad Autónoma de Coahuila es una Institución al servicio del pueblo en la que el Estado delega la tarea de impartir educación superior. Su actividad se basa en la autonomía universitaria, de la que deriva la capacidad que tiene de darse sus propias normas de actuación interna y, por lo tanto, de elegir sus órganos de autoridad.
Como comunidad está comprometida ante la sociedad a cumplir los objetivos que justifican su existencia, fomentando y preservando la cultura, promoviendo la realización de los valores que distinguen a la humanidad y haciendo suyos los principios de la ciencia y del arte y lo que derive de su ejercicio en tanto favorezca a la formación integral del hombre.
Los fines de la Universidad son la adquisición del saber, su renovación a través de la investigación, y su difusión, entendida ésta como un compromiso. La Universidad cumplirá su misión concibiendo estas actividades estrechamente vinculadas entre si, a la manera de un proceso único, y responsabilizando a todos los universitarios de su realización cabal.
La práctica de estas actividades estará caracterizada, ante todo, por el ejercicio pleno de la libertad. Para alcanzar su completa transformación la Universidad requiere que en su seno se fomente la libre búsqueda de conocimientos, base de la independencia intelectual; se transmitan sistemas formales de razonamiento en vez de creencias; se favorezca la duda como actitud frente a cuestiones esbozadas con determinismo dogmático; y, en fin, se auspicie permanen- temente la postura crítica en sus diversas formas en todas las actividades de la Institución.
La Universidad, por tanto, transformará substancialmente su estructura, en los términos de los señalamientos expuestos, llevando este cambio a su vida interior y a sus relaciones con la sociedad. La Institución hace suyos los principios de la vida democrática, rechazando toda imposición autoritaria y haciendo que en todas las actividades que tienen que ver con su existencia tome parte la totalidad de sus integrantes de acuerdo con sus atribuciones.
Los universitarios vigilarán celosamen- te que no se estorbe el ejercicio de la autonomía, defendiéndola no sólo ante el Estado, sino frente a todos los grupos de poder que la vulneren o le opongan resistencia.
La Universidad hará que los universitarios participen en la realidad social. Además, éstos deberán acudir a los sectores marginados, estableciendo con ellos, una fructífera acción recíproca que permita hacer conjuntamente el análisis de sus problemas y buscar vías para su solución. Como consecuencia, los universitarios asumirán un papel activo en el proceso de concientización que cuestione e impugne todas las formas de opresión.
La Universidad ampliará las oportuni- dades educativas, propiciando así que los grupos menos favorecidos de la sociedad tengan acceso a la educación superior.
Al asumir todos los universitarios su responsabilidad y obrar de acuerdo con el compromiso que deriva de esta Declaración de Principios, se conseguirá que toda la labor de la Institución tienda al servicio del pueblo, al que por derecho le corresponde ser destinatario de la obra de la Universidad.
Hasta aquí la Declaración de Principios, y como se verá, este documento nada dice de regalar despensas, tinacos o cemento. Habla de análisis de los problemas, de la búsqueda de solución, de concientización y oportunidad educativas. También se refiere a la adquisición del saber y a la defensa de la Autonomía “no sólo ante el Estado, sino frente a todos los grupos de poder que la vulneren o le opongan resistencia”. Allí se las dejo de tarea...
(Continuará).
El otro sindicalismo universitario...